Yendo hoy en el vagón, me fijaba en un amigo varón, voluminoso, que iba acompañado de alguna amiga suya, hasta verlo salir del vagón. Y cuando subía por la escalera mecánica, me fijé un instante en las dos personas que llevaba detrás y me dije “esa cara”... Esos ojos, esas gafas, ese pelo... Casi al 99%, aseguraría que eras tú, aunque llevaras la capucha puesta. Además, ibas acompañada por un varón de tu edad también con gafas.
Esa cara... Y aquella era tu estación.
El estremecimiento que he sentido en todo
mi ser me dice que esta vez no me equivoco, como sí me pasa otras veces, por
esa necesidad de verte, de sentirte, de saber de ti.
Que seas muy feliz, María, que estés muy
feliz y que te sientas muy bien. Que Dios te guarde y cuide. Nunca me acercaré
a ti, si tú no me llamas; y aun así, nunca te hablaré, si tú no te diriges a mí
primero.