Dentro de la tristeza, la pena y la amargura, mezcladas por el dolor de tu adiós, María, hay también multitud de pensamientos, pasados y presentes. Uno de ellos es el de que, creo que, al menos dos veces, tú me consideraras un ángel para ti, tanto en aquella época de 2007-2008, como en 2021. Sin embargo, desde mi punto de vista, y como quizá demuestre el tiempo, es justo al contrario: fuiste tú el ángel que Dios puso en mi vida, para liberarme.
Para liberarme de un viejo defecto mío: ser enamoradizo. Contigo se ha acabado ese defecto; desde hace quince años, se acabó el enamorarme de una mujer, sin que verdaderamente haya motivo por su parte, sólo porque me gustaba, porque me caía bien o porque me apetecía estar con ella, más resumidamente, porque me parecía ideal. Eso, ideal, nada real, como me pasó siempre.
Sin embargo, tú, ángel abrazador, tú viniste a por mí; yo no te busqué, yo no me creé un ideal contigo. Gracias a Dios, tú misma me has reconocido que te encaprichaste conmigo. Aunque lo tuyo fuera sólo un capricho, y por supuesto que te creo, ha sido lo máximo (y único), que ha sentido una mujer por mí (quedan aparte los naturales sentimientos familiares y los meramente amistosos).
Gracias, María, gracias por ser ese ángel liberador para mí; al menos, esta vez sí que me he podido despedir definitivamente de ti, porque la vez anterior no lo hice y reconozco que estuvo mal. Que Dios os guarde y cuide a todos los tuyos y a ti, María, bendita seas siempre.